No. No es nada, nada fácil cambiar
el rumbo de mi vida. No sólo es necesario que me lo proponga. No basta con que dé media
vuelta, cambie de camino, trace una nueva ruta. No es tan simple como que, una mañana de bonanza, haga girar el timón de mi navío poniendo rumbo a mares menos
tempestuosos, a mi 'Mar de la Tranquilidad'. No. Siempre correré el riesgo de dar media vuelta y volver a esas aguas de las que quise, deseé escapar. Ese maldito Mar de los Sargazos, culpable de hacerme quedar varado durante tanto, tanto tiempo. La tentación permanece siempre, latente, aguardando un momento de debilidad. O, no sé si peor aún, encallar en los arrecifes de alguna que otra costa condenada al desastre, siguiendo los cantos de alguna que otra sirena venida a menos...
Así pues y, para lograrlo, deberé abrir multitud de vías de
agua en el casco de mi bergantín, dinamitar la sentina haciéndola volar en miles de millones de
pedazos, prender fuego al velamen, derribar sus tres mástiles a hachazos,
inundar las bodegas para, finalmente, hundirme con él, entre las llamas,
mientras bebo de una botella de ron prendida en mi mano izquierda y saludo, ¡firmes!, marcialmente, con la derecha.
No hay otra manera. No la hay. Aunque
la sepa…
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