Mentiría si dijera, si afirmara,
rotundamente, ‘¡Odio la Navidad! Nunca me
gustó…’, pero, para ser justos y, sin tener en cuenta las que (no todas) me
acompañaron en mi niñez más alguna que otra (pocas, muy pocas) a lo largo del
resto de mi vida, nada de nada. Si colocara en el plato de una balanza las que
me supusieron alegría y, en el otro, tristeza, el fiel de la misma dictaminaría
sentencia de forma inapelable. Juez justo aunque implacable.
Por más que los medios de comunicación
se empeñen en instigarme con eso de que la
Navidad es un periodo de FELICIDAD (así, con mayúsculas); por más que ‘cierta
cadena comercial’ de apellido (y perdón por el término) gentilícico ‘pro british’, me hostigue con que ‘Ya es Navidad en el
C…’; por más que adornen, con más o menos acierto y/o buen gusto, las calles de
mi ciudad con absurdos alumbrados de angelitos y campanas; por más que,
paseando por la noche, vea luces de abetos y figuritas colgadas de los mismos a
través de los visillos que cubren las ventanas de mis vecinos mientras que diminutos
‘Papá Noëles’ escalan sus balcones;
por más que los escaparates de mis tiendas se llenen de adornos ‘propios de la
época’; por más que en mis bares se empeñen en que nos reunamos los amigos para
‘no sé qué cena’ (¿y por qué no celebrarla por otro motivo que no sea éste?);
por más que mis compañeros de trabajo me vendan papeletas de ‘no sé qué maldito
colegio que ni conozco ni pretendo conocer’ o asociación que me importa una
mierda; por más que mis televisiones insistan, año tras año, en colocarme un
anuncio que tan sólo pretende engañarme con el estúpido Sorteo de la Lotería
(no, no pienso decir nada acerca del de este año; ya se ha dicho lo suficiente
al respecto…)… No lo entiendo.
Y eso que no quiero decir nada
con relación a la Navidad desde el punto de vista religioso que, por otra
parte, es el más lógico dado lo que se celebra…
No. Y sigo sin comprenderlo. Y no
sólo porque añore a aquéllos que nos abandonaron (la Parca no consigue NUNCA llevarse
a los que siguen permaneciendo en nuestro corazón; sólo se lleva su cuerpo, no
su alma). Y no porque, sean cuales sean las circunstancias, esté lejos de los míos.
No por eso voy a sentirme más o menos triste y, debido a ello, ¡hala! A odiar la Navidad…
No. Ni la odio ni la amo, caras,
en definitiva, de una misma moneda. No siento odio. Por nada ni por nadie. Tan
sólo agradecería si, de una maldita vez, se me apareciera el Diablo en forma de
paloma y me anunciara que, este año
SÍ que me ha tocado el Gordo. Pasar
el jodido 24 de Diciembre con la chica a la que amo a cambio de mi alma sería
un buen trato. Lo firmaría ahora mismo. Con sangre, por supuesto. Sería mi
última Navidad. Y la mejor. Sin duda. Entonces SÍ que creería en el espíritu
navideño. Aunque sólo fuera por un día. 24 horas. Sí. Merecería la pena. Lo
juro. Pero, hasta que eso no ocurra, dejadme que siga pensando como pienso. En definitiva
es lo único mío que realmente tengo. Y ya lo escribieron The Beatles, ‘Think for yourself cause I wont be there with you’. Que es lo que siempre pretendo hacer. Aunque ellos dijeron muchas cosas hermosas. Demasiadas, quizá...