¡Extraño lenguaje el de las
tardes grises de lluvia! Ver a través del cristal de mi ventana cómo la gente
acelera su paso, hombros encogidos, paraguas en ristre, caminando con paso
acelerado, más que de costumbre, el rostro perlado por minúsculas gotas de
agua. Algunos mueven, huraños, su cabeza de un lado a otro.
Todo invita a recostar
ligeramente la cabeza en el húmedo cristal, jugando a dibujar garabatos sin
sentido en la mancha blanquecina que deja el vaho sobre su superficie. Al ritmo
hipnótico del golpeteo incesante, cerrar los ojos y dejar que mi mente se
pierda en no sé qué rincón del Multiverso, alejado del resto del Mundo. Alejado
del Tiempo.
Dejarme atrapar por esa mezcla
de hastío, abulia y pereza que me hace incapaz de abrir los párpados, de mover
un sólo músculo, incluso de respirar más allá de lo que me permite mantenerme,
a duras penas, vivo. Tan sólo el latido de mi corazón resonando en el silencio,
como si de un tambor que marcase el ritmo de remada en una galera se tratase.
Arribar a lo más profundo de mi
Ser. Desear abandonarme, permanecer allí, flotando en el vacío, Príncipe de una
marea de obscuridad absoluta reinante por doquier.
Y soñar. ¡Soñar…!