martes, 21 de enero de 2014

Repararme a mí mismo.

¿Mi próxima intención? Y me va haciendo falta. Estoy perfectamente capacitado para ello: Repararme a mí mismo. Sin necesidad de autoconvencimientos. Sin consultar a nadie. Sin cita previa. Sin habitación reservada. Sin que nadie me acompañe. Sin ambulancia. Sin quirófano. Sin cirujanos. Sin enfermeras. Sin instrumental quirúrgico. Sin anestesia. Sin sacerdotes (esos, ¡NUNCA!) que auguren lo peor. Sólo con una herramienta, poderosa como ninguna otra, nunca, jamás lo ha sido ni lo será. Mi cerebro.

Quedar conmigo mismo el mes de abril,
queda muy poco.
Ver partir, despedir a lo imposible.
Sonreír sin hablar,
no hacer el loco.
Prolongar más allá del Espacio lo intangible.

Mientras llega la hora, aguardaré, paciente, en la sala de espera del Palacio de mi Memoria. Sin temor alguno. Respiraré hondo, sin prisas. En cuanto esté preparado, me levantaré y entraré. Recorreré habitación por habitación observando que todo esté colocado en su sitio. Llegaré hasta la que, entonces estará patas arriba. Lo sacaré todo fuera. Arreglaré todos sus desperfectos. Colocaré todo como debiera estar, como quiero que esté. Echaré un vistazo, veré que todo queda como deseo. Dando media vuelta y, sin mirar atrás, cerraré la puerta. Y todo quedará convenientemente almacenado…


…Así, cada vez que lo desee, podré volver a mi querida habitación, abrir sus puertas, cruzar el umbral, cerrarla tras de mí y revivir lo que guarda entre sus paredes como si del Presente se tratara. Sin acritud. Sin dolor. Feliz por lo vivido. Por lo revivido.

¿El postoperatorio? Bueno, durará lo que dura un alivio de luto. Ya se sabe que en estas cuestiones el Tiempo ayuda. Y la Distancia. Aunque yo no lo piense...


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