Llevo desde hace mucho tiempo no
reparando, las más de las veces, en las cosas pequeñas. Como hacía antes. Me han
abrumado tan en demasía las grandes cifras macroeconómicas, he andado tan
pendiente de los grandes titulares en la prensa, he estado tan absorto en que
todo va a peor, me preocupa tanto el futuro de mis hijos, el, en definitiva, ‘hacia dónde voy’, que no me he dado cuenta
de esos aparentemente mínimos que tan feliz podrían haberme hecho y que tan
poco en cuenta he tenido.
Y es que tengo la impresión de
haber perdido, durante lo que me ha parecido una Eternidad, la capacidad de observación.
Me he acostumbrado a caminar tan rápido, tan abstraído por lo que me preocupa,
que no es poco, que he ido dejando escapar elementos supuestamente
superficiales pero que podrían haber desencadenado quién sabe qué efectos positivos
en mi vida.
Pero todo eso está cambiando. Cada
vez más, vuelvo a estar atento a todo lo que me rodea. Se trata, simplemente,
de tener bien abiertos los ojos; los de la cara y la mente. Respirar despacio y
profundo antes de salir a la calle y no dejar escapar nada a la curiosidad, al
análisis.
Un ligero cambio en la brisa
de la tarde. Un giro inesperado en la dirección del viento. Un destello de Sol
en una tarde nublada. Una gota de agua en una hoja. Una mirada. Un guiño. Un gesto. Un mohín. Una sonrisa. Un
‘¡Hola, ¿cómo estás?!’. Pueden
cambiar el devenir de los acontecimientos, mi Vida. Sólo debo estar atento, examinar
con cuidado la situación. Y tomar la decisión correcta. Antes me era fácil.
Volverá a sérmelo.
Recuperar el estar pendiente
de las cosas pequeñas. Un nuevo-viejo reto. Un desafío que me gusta. Debe ser
que, como ella es pequeña (en su estatura, quizá; grande en el resto…), algo ha
debido contagiárseme. Afortunadamente...