Puede no parecer de recibo que
acostumbre a esbozar una sonrisa ante las circunstancias adversas. Ahora bien,
una cosa es que me ría de mí mismo como ejercicio liberatorio, que me dé por soplarle
un buen par de hostias a un saco de boxeo, que lance al aire un buen grito, que
eche un buen polvo (o dos; y si el Amor forma parte del juego, ¡maravilloso!), que
de mis ojos se desprenda alguna lágrima perdida…, aunque esto último no se me dé
nada bien; no soy de llanto fácil. Otra bien distinta que haga el payaso
mientras el mundo se hunde a mis pies…

No podemos hacer de un problema
frontera con todo. Menos aún con nosotros mismos. Volcarnos en absurdos.
Pretender que cada fin de semana arda Troya. Anclar nuestros navíos, arribar a
la orilla y mandar quemar las naves. No. Eso no soluciona nada. Si, acaso, maldecir
a nuestra salud, adelantar la cita con la Parca. Y hacernos sufrir aún más, que
las penas no se ahogan. Ni en alcohol. Ni en drogas. Ni en otros brazos. Ni
entre otras piernas. Y es que las malnacidas nadan muy bien…
Optimismo. ¿Por qué no? La
Vida, cuando sales a observarla, puede llegar a sorprenderte con historias que
no te plantearías ni en tus mejores momentos.
Levantarse. Caminar. Con los hombros erguidos. Con un respirar hondo, profundo. Con una sonrisa en los labios. Con la cabeza alta. Con la vista siempre al frente. Yo, por si acaso, miraré hacia el Suroeste.
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