No hay nada que consiga que me
sienta más triste
que una tarde de lluvia mirando
cómo caen
de un cielo gris plomizo,
sobre mis ventanales,
millones y millones de
lágrimas de nube.
Apoyo mi cabeza contra el
cristal helado,
la mirada nostálgica perdida
entre la bruma,
y siento que por dentro se
agita inoportuno
un recuerdo fugaz de cuando
ella se fue.
El viento agita, enérgico,
las persianas
que gimen con un sonido ronco,
como voz de gigante.
Yo miro, miro y miro
y, por más que la busco,
no alcanzo a ver su rostro,
tan sólo siento frío.
No hay nada que consiga que me
sienta más triste
que una tarde, que un día, que
una noche sin ti.