El fin del Verano –que
nunca acaba–. La llegada del Otoño –que nunca llega–. Melancolía pandémica
anual, repetida hasta la saciedad por nuestro subconsciente, año tras año,
hasta el punto en que acabamos creyendo en ella, atrapados en sus redes,
haciendo nuestra existencia de hoy más lánguida que la de ayer pero menos que
la de mañana.
Lo curioso es que, hasta
los que se encuentran atrapados
en esa gran mentira de nuestro cerebro al que muchos, denodadamente, pretenden
llamar ‘amor’ –cuando, en realidad, ‘eso’ lleva aparejadas otras muchas cosas–,
caen en ella sin pretenderlo. Y eso que ¡maldita la falta que les hace!, claro.
Supongo que será debido al egoísmo inherente al ser humano, que anhela lo que
otros poseen sin pensar en que lo propio está muy por encima, aunque lo que
envidia no merezca la pena.
En fin… Que no digo yo que sentado junto a la
ventana, con la frente ligeramente apoyada en el cristal húmedo y frío por la
resaca otoñal, empañado con las vaharadas de tus suspiros, la mirada perdida en
el infinito mientras, fuera, las hojas caen, se esté mal. Pero seguro que se
está mejor en la cama y bien acompañado… Sí, creo que sí.
De todas formas, siempre existen ‘amores de
ocasión’, ‘de temporada’, para un apaño, vamos. Hasta que el mal trago pase.
Aunque esto, las más de las veces, no suele acabar demasiado bien.
Los orientales, tan aplicados ellos, tan capaces
de vendernos lo que se propongan, las estupideces más supinas que puedan llegar
a ocurrírsenos –a ocurrírseles…–, tienen en sus archiconocidísimos
establecimientos de todo. Absolutamente de todo. Salvo algo que palie la tristeza
estacional que estamos –debiéramos estar– sufriendo.
Bueno, sí, existe el alcohol –y las drogas, obviamente–. Y no hay nada mejor
que una buena melopea de cualquier engendro etílico que sean capaces de
vendernos estos chicos; sus efectos resultan tan espantosamente horripilantes
que nos harán olvidarnos de todo y de todos. Salvo de un buen protector estomacal.
De eso y de un antiemético, vitaminas, agua, zumos... Y de un buen inodoro capaz
de soportar lo que se le viene encima. Y de la madre que los parió a todos, por
supuesto.