Ayer noche, bien entrada la
madrugada, me desperté. Unos golpes en los cristales me sacaron de mi estado
habitual a esas horas. Me levanté, abrí la persiana del balcón de mi dormitorio
y no había nada. ‘El viento’, pensé. Y
volví a la cama. Apenas me había dado tiempo de volver a conciliar el sueño
cuando el ruido volvió a repetirse. ‘Igual
lo he soñado’… Algo en mi interior hizo que volviese a levantarme. Los
ruidos no provenían de los cristales de mi balcón. Venían del baño. ‘¡Muy raro!’, me dije. Tan raro que provocó
que el vello se me erizara, convirtiendo la situación en inquietante cuando,
una vez levantado, pude comprobar que los golpes no venían de la ventana. Provenían
del espejo.