Hay veces en las que desearía
encontrarme a dos mil años luz de casa. Andar perdido en algún polvoriento desierto
muy, muy lejano. En otro Planeta. En otro Sistema Solar. En otra Galaxia. En otro
Universo. Tan lejos, tan lejos que ni el Diablo sería capaz de atreverse a llegar
hasta allí, simplemente, con la única intención
de, disfrazado de mujer hermosa, tentarme con lo mundano. Y, sí, Él no es tan simple,
pero yo tampoco soy como Simón. Y, aunque no soy nada estagirita, hay muy poquitas cosas capaces de, realmente, tentarme…
Allí permanecería durante el
tiempo que fuese necesario para expiar mis culpas, olvidar mi pasado, dejar de
pensar en mi futuro. Meditar, hibernado, sin envejecer, sin necesidad de música,
compañía, agua, comida…, sexo. Comunicándome, tan sólo, con mi interior en un
acto, quizá egoísta pero necesario, de introspección definitiva y definitoria.
Y, cuando la luz roja que veo parpadear
ante mí desde hace algún tiempo se tornase verde para, inmediatamente, desvanecerse,
volvería de nuevo. Y todo sería, definitivamente, diferente. Más claro, más
obvio, más Real.
Mientras tanto, hasta no hallar
el modo en el que esto sea posible, supongo tendré que conformarme con la cruda
existencia diaria, algo a lo que, a veces, no acabo de acostumbrarme.
Y, aunque haya veces en las
que desearía encontrarme a dos mil años luz de casa, SIEMPRE desearía estar un
solo centímetro de ti.