Anoche
soñé que vivía dentro de un globo de color azul. Un ser gigantesco, inmenso, lo
inflaba para mí y me invitaba a entrar. Lo hice. Allí me sentía protegido de
todo y de todos. La luz del sol alumbraba, difusa y tenue su interior. Yo flotaba,
en un Universo azul, mágico, rebotando una y otra vez en sus paredes. Y era
feliz. Como pocas veces lo he sido en mi vida. De repente, pensé que tenía que
compartirlo con alguien. Y, ¡cómo no!, me acordé de ella. Y apareció. Desnuda.
Como a mí me gusta. Más bonita que nunca. Y, no, no se trataba de un sueño erótico.
Me miró con esos ojos color miel que tanto echo de menos. Me sonrió, tan dulce
como siempre. Nos abrazamos. Nos besamos, besos pequeñitos. Sin mediar palabra.
Sólo caricias y besos. Y me desperté con una sonrisa en los labios. Cinco de la
mañana. Ya no pude volver a dormirme…
¡Lástima!
Y un poco de tristeza, melancolía, quizá. Pero me quedan mis sueños. Sí. Por y
para siempre. No queda otra…
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