Anoche pensaba en cómo sería
mi corazón. ¿Cómo describirlo? Cómo dibujarlo… Porque, estoy completamente
seguro de que es diferente a los del resto de los que me rodean. Tiene que
serlo. ¡No queda otro remedio! No cabe alguna otra explicación.
De un tamaño gigantesco, de
dimensiones extraordinarias. Capaz de albergar al mismísimo Multiverso si éste
se lo pidiera.
Por sus venas, riadas de peregrinos
enfermos arriban continuamente, sin descanso, pidiendo alojamiento temporal, buscando
purificarse en él para, más tarde, sanados en materia y en espíritu, salir a
predicar por sus arterias el Bien Universal.
Llevar Amor,
con ‘A’ mayúscula,
al resto de
mi cuerpo.
Sus paredes, como una lámina
muy fina de caramelo líquido, viscoso, espeso, traslúcido, cuasi transparente,
dejando ver que nada malo esconde en sus entrañas.
Del color del
Cielo en el ocaso
aguardando
una tormenta de verano.
Del olor de un
campo de amapolas
en un
amanecer en Primavera.
Del sabor de
unos labios,
de los
tuyos.
De tus besos.
Como el
primero aquél que tú me diste.
Grande. Generoso. Rojo.
Pasional.
El mejor amigo en los buenos
momentos.
El que sonríe
y se acelera nada más verte,
oírte.
Y gana la
batalla,
él solo,
a un millón
de cañones cuando tú te me acercas.
El que más
sufre,
callado y en
silencio,
cuando tú no
me hablas,
si dejas de
quererme, aunque sea un poquito.
El que te ama
incondicionalmente, no sabe hacerlo de otro modo.
El que
quedará herido
una noche
de la más
inmediata Primavera
cuando tú ya
no estés.
Cuándo ya te
hayas ido.
Y aúllen los
fantasmas de mi propio interior.
El que
seguirá rojo
de un tono más
oscuro,
lacerado,
doliente,
sin alivio
de luto,
pendiente de
otra vida que te traiga hacia mí.
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