jueves, 30 de enero de 2014

Rojo. Y Negro.

Anoche pensaba en cómo sería mi corazón. ¿Cómo describirlo? Cómo dibujarlo… Porque, estoy completamente seguro de que es diferente a los del resto de los que me rodean. Tiene que serlo. ¡No queda otro remedio! No cabe alguna otra explicación.

De un tamaño gigantesco, de dimensiones extraordinarias. Capaz de albergar al mismísimo Multiverso si éste se lo pidiera.

Por sus venas, riadas de peregrinos enfermos arriban continuamente, sin descanso, pidiendo alojamiento temporal, buscando purificarse en él para, más tarde, sanados en materia y en espíritu, salir a predicar por sus arterias el Bien Universal.

Llevar Amor,
con ‘A’ mayúscula,
al resto de mi cuerpo.

Sus paredes, como una lámina muy fina de caramelo líquido, viscoso, espeso, traslúcido, cuasi transparente, dejando ver que nada malo esconde en sus entrañas.

Del color del Cielo en el ocaso
aguardando una tormenta de verano.

Del olor de un campo de amapolas
en un amanecer en Primavera.

Del sabor de unos labios,
de los tuyos.
De tus besos.
Como el primero aquél que tú me diste.

Grande. Generoso. Rojo. Pasional.

El mejor amigo en los buenos momentos.

El que sonríe y se acelera nada más verte,
oírte.
Y gana la batalla,
él solo,
a un millón de cañones cuando tú te me acercas.

El que más sufre,
callado y en silencio,
cuando tú no me hablas,
si dejas de quererme, aunque sea un poquito.

El que te ama incondicionalmente, no sabe hacerlo de otro modo.

El que quedará herido
una noche
de la más inmediata Primavera
cuando tú ya no estés.
Cuándo ya te hayas ido.
Y aúllen los fantasmas de mi propio interior.

El que seguirá rojo
de un tono más oscuro,
lacerado,
doliente,
sin alivio de luto,
pendiente de otra vida que te traiga hacia mí.


El que se repondrá, sin duda alguna. Aunque te añore. Feliz por lo que fue. Alegre y triste cuando yo piense en ti, cuando te acuerdes de llamar y me cuentes las cosas que me cuentas… Y sonrías. Aún por escrito es hermosa tu risa.

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