Una vez a la semana, me gusta
darme un baño, una más de mis ‘british customs’.
(El Infierno
en el agua.
No música,
no vientos
que desgarran persianas
perturbando
la paz
de unas puertas cerradas que encierran
el silencio.)
Llenar mis pulmones de
oxígeno. Dejar que mi cabeza descienda, muy lentamente, hasta quedar sepultada
bajo el agua, mientras mis ojos se cierran. Desear quedarme allí. Flotando
apenas, apenas sumergido. Eternamente. Y pensar, con el último aliento, en
emerger en el Mundo del Espejo, donde todo es diferente. Aparecer en ese lugar
en el que puedo ser quien deseo, estar con quien amo. Sin barreras. Sin
obstáculos…
Hacerlo y comprobar que, invariablemente,
mi entorno no ha cambiado. No hay Espejo, No estoy en su Mundo. Mi mundo es el de siempre…
Pensar como consuelo que la vez próxima será. ¡Seguro!
Suspirar. Girar mi cabeza de
izquierda a derecha durante unos instantes. Derramar una lágrima. Una tan sólo.
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