viernes, 17 de enero de 2014

El Agua y el Espejo.

Una vez a la semana, me gusta darme un baño, una más de mis ‘british customs’.

(El Infierno en el agua.
No música,
no vientos que desgarran persianas
perturbando la paz
de unas puertas cerradas que encierran el silencio.)

Llenar mis pulmones de oxígeno. Dejar que mi cabeza descienda, muy lentamente, hasta quedar sepultada bajo el agua, mientras mis ojos se cierran. Desear quedarme allí. Flotando apenas, apenas sumergido. Eternamente. Y pensar, con el último aliento, en emerger en el Mundo del Espejo, donde todo es diferente. Aparecer en ese lugar en el que puedo ser quien deseo, estar con quien amo. Sin barreras. Sin obstáculos…

Hacerlo y comprobar que, invariablemente, mi entorno no ha cambiado. No hay Espejo, No estoy en su Mundo. Mi mundo es el de siempre… Pensar como consuelo que la vez próxima será. ¡Seguro!


Suspirar. Girar mi cabeza de izquierda a derecha durante unos instantes. Derramar una lágrima. Una tan sólo.



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