Una hoja. De una puerta. Ésa que
se abrió casi sin pretenderlo. Con la fuerza de un deseo que mueve Planetas.
Que nos destapó un nuevo Universo. Tuyo y mío. Nuestro. Que acarrea consecuencias
imprevisibles. Ésa que permaneció abierta mientras que tú quisiste. Ésa misma que,
hoy, parece, se cierra. Ésa que, bajo el felpudo que descansa al pie de su
umbral, guarda una llave para cuando la necesites. Ésa que queda custodiada por
un temible dragón. Para siempre. O hasta que decidas regresar. Si así lo
quieres. Algún día. Quién sabe…

Una hoja. De coca. Machacada. Tratada.
Degradada de verde a blanco. Pulverizada. Estimulante. A través de mí. Directa
a mi cerebro. Que no alivia la desesperanza. Que todo lo complica. Que no hace
que me olvide de ti. Cumplir lo prometido. No es mi amiga. No. Tú, sí que lo
eres…
Una hoja. De marihuana. A través
de ti. Que hace que te olvides de todos tus problemas. Que hace que brille, aún
más si cabe, la miel de tus preciosos ojos. Que, durante un instante no medido,
permite que te acuerdes de mí. Que consigue me eches de menos. Que te susurra
al oído ‘…Llámalo…’. Que te hace decidir no hacerlo en el último instante…

Una hoja. Una simple hoja. De
papel. De cualquier clase de papel, ¡qué más da! Arrancada de cualquier
cuaderno. Garabatos sobre ella. La letra de una canción dedicada a ti. Un
relato que cuenta qué sabe nadie de lo tuyo y lo mío. Un poema que sólo tú y yo
somos capaces de entender. Que sólo yo recordaré hasta el fin de los Días. De
los míos. De mi Núremberg particular. De mi Juicio Final. Mañana. Quizá…
No hay comentarios:
Publicar un comentario