Anoche conseguí dormirme durante
seis minutos, lo que duró el anunciado descanso publicitario de la serie que
estaba viendo (luego dormí algo más, no estoy tan disparatado…) y, durante ese
corto periodo de tiempo, entrar en fase REM. Sueño profundo. Soñar. Y soñé que
vivía en una calle un poco extraña. Llegaba, no sé bien de dónde, con la media
tarde de un día gris mirando hacia el oeste. Iba a colgar mi cazadora vaquera
en la puerta de una casa que supuse mía pero decidí hacerlo dentro, sobre el
respaldo de una silla. Entré y, viendo que estaba ocupada por tres bolsos de
mujer, dos de mano y una cesta de cuero marrón, tiré de la silla hacia a mí,
cayendo la cesta al suelo. Entonces una hermosa joven, rubia, pálida, de ojos
azules, me decía que no tenía la mayor importancia. Sabía que era mi esposa. Le
dije: ‘Necesitas salir aunque tan sólo sea
a dar un pequeño paseo’, pero ella rechazando con un inapreciable movimiento
lateral de cabeza la idea, amable, delicadamente, me respondía con una sonrisa
lánguida como de recién dejada atrás una enfermedad. Sin hablar. Yo, para mis
adentros, me reprochaba el haberle sido infiel, causa de sus males y que, por
mucho que me hubiera perdonado, aún no se encontrara lo suficientemente fuerte
como para salir a la calle. Y, aún menos, acompañada por mí. De repente, el
aire comenzó a arder, con un fuego rojizo-amarillento, sin tonalidades azuladas,
sin sufrimiento. El calor subía desde nuestros adentros sin quemarme, sin
quemarnos. Nos mirábamos a los ojos. Sin decir nada. Y me desperté…
A menudo pienso que, como en la
precuela de mi ado-añorada serie ‘Twin Peaks’, el Fuego camina conmigo, ¡Maldito Lynch incapaz de finalizarla…! Me
gusta llevar de la mano a la Llama. Y no por el calor que desprende; prefiero
un millón de veces el frío; cuando me toque visitar el Infierno para toda la
Eternidad, ya veré cómo me las apaño…
…Pasear con la Llama ‘tiene su aquél’.
Supone complacerse en un agradable roce cálido, distinto del de cualquier otra dama.
Pero el peligro es infinito, constante. La intensidad de su tacto, si no se
controla, puede llegar a abrasarme si no
estoy atento, si no me mantengo frío, en mi sitio. Es cuestión de
concentración. Si la pierdo, aunque sea tan sólo por un instante, puedo
quedarme sin manos. Y no podría volver a disfrutar del placer de acariciarla. Una
mirada de las suyas, si me coge desprevenido, bajas las defensas, puede llegar
a dejarme ciego. Así es su extrema belleza. Si me habla, me susurra, ¡cuidado! No
debo dejar que se acerque demasiado a mis oídos; podría quedarme sin ellos, y,
por lo tanto, sin poder volver a disfrutar del crepitar de su voz. Si se
detiene y nos miramos a los ojos, debo protegerlos. La intensidad de su mirada
es tal que me dejaría ciego como la de mil soles. Si se me acerca y permito que su
olor infinito penetre, anulando mis sentidos, debo ser precavido; perdería
hasta la capacidad de respirar. Abrasaría mis pulmones. Si acerca sus labios a
los míos debo estar alerta ya que, si decide (si decido, si caigo en sus redes)
besarme y no humedezco adecuadamente mi boca…, ¡ay! Mis labios, mi lengua, mi
garganta arderían de por vida. Y no podría volver a complacerme en el éxtasis
de sus besos…
Y, ¿qué hacer cuando, a pesar de todo,
gusto, amo seguir gozando de su compañía? ¡Amigo mío, es lo que tiene
arriesgarse! Es lo que el Fuego posee, el calor de su Llama. Gusta, fascina,
enamora. Y quema.
Y, por supuesto, ¡JAMÁS! debo permitir
que mis sentimientos hacia esa Llama que se me antoja infinita, traspasen la
línea de lo meramente enigmático, sutil, silencioso, cuasi secreto, que llevar
a la tumba. Eso supondría que, en menos de lo que ella tardase en hacerme arder
desde el fondo de mi alma, me encontrara a las puertas de esa cueva en la que,
seguro que con cierta amabilidad no desprendida de desdén, el Caronte de turno me
habría dejado, luego de cruzar la laguna Estigia, en manos de Hades. Y eso va a
tardar todavía. Un poco.
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