En mi barrio hay una calle en la que la lluvia jamás cesa. Poco importa que en el resto del Universo truene, nieve o haga sol: en esta calle, la lluvia cae y cae, continua, inalterable, gota tras gota, precipitándose poco a poco a final alguno. Al principio, no faltaban exclamaciones por parte de los vecinos del tipo ‘¡Vaya, hombre!, otro chaparrón’ o ‘¡Joder!, siempre igual, ¿porqué me toca siempre mojarme cuando estoy a punto de llegar a casa?’… Y qué decir de ése que vivía en otro Mundo y que, cuando salía muy temprano, dispuesto a ir a trabajar, se lamentaba…: ‘Es curioso que todas las mañanas me pille un aguacero. ¡Maldito pueblo!’ —no, por la noche, cuando volvía a casa estaba tan cansado que no era capaz de apercibirse de que, efectivamente, continuaba lloviendo…
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