miércoles, 8 de abril de 2015

El ansia que nos pierde.

¿Es realmente necesario que comamos si no nos sentimos hambrientos?
¿Es preciso que bebamos si la sed no seca nuestras gargantas?
¿Para qué administrarnos medicamentos si no padecemos mal alguno?
¿Es serio que curemos nuestras heridas antes de sufrirlas?
¿Descansamos aunque la fatiga no ha hecho aún mella en nosotros?
¿Permitimos que el llanto aflore a nuestro rostro sin motivo?
¿De qué sentirnos aterrados si el miedo no atenaza nuestro espíritu?
¿Por qué recelamos de lo desconocido antes de saber qué nos aguarda al otro lado?

Quizá debiéramos sonreír. Aun cuando no nos sintamos alegres. Nos ayudaría a acercar más el bienestar a nuestras almas, aunque tan sólo se trate de una mera ilusión.

Quizá debiéramos llevar, siempre, el corazón en la mano. Eso sí, procuremos que la mano en la que lo portamos se encuentre, a buen recaudo, en nuestro bolsillo. Por si acaso…


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