A menudo pensamos que todo está ‘atado
y bien atado’, que lo que nos sucede (y lo que no) a lo largo de nuestra existencia,
viene dado por lo que haya escrito, no se sabe quién, en ese libro llamado Destino… Pues bien, jamás he creído que
mi vida siga estrictamente el modelo del
reloj, previsible, determinado, lineal. ‘Cuando
lo manda el destino, no lo cambia ni el más bravo, si naciste pa' martillo del
cielo te caen los clavos’, que cantara Rubén Blades…
Y puedo decir, parafraseando a
Einstein, que ‘nadie juega con el
Universo (ni con mi vida) a los dados’, sea quien sea ese alguien, aunque, en ocasiones, tengo la
impresión de que debe haber algún ente
que conmigo se lo está pasando, digamos, ¿divinamente?
Pero no. No todo puede estar
escrito. Siempre hay pequeñas variaciones, diminutos matices que pueden hacer
que un sistema, por estrictas que parezcan sus estructuras, su planificación
futura, se vea sometido a un final imprevisible, distinto a lo planificado. ¡Amada ‘Teoría del Caos’!
Y, ¡cómo no!, una pequeña alteración
en una vida metódica, por muy compleja que ésta sea, puede producir tales
cambios en lo que siempre has creído perfectamente estudiado, que las
consecuencias sean de todo punto imposibles de determinar a priori. ‘Efecto
Mariposa’, lo llamamos, una de las características de la mencionada teoría.
En mí caso, nunca he tenido claro
si creer o no en el Destino. Tampoco me importa demasiado. Lo cierto es que
cuando realizo pequeños cambios en mi rutina diaria, todo parece verse de otro
modo. Y cuando voy en contra de todo y de todos, haciendo lo que me apetece
hacer en ese momento, dejándome llevar por mis impulsos, por mis apetencias
mundanas, más aún.
De hecho, todo suele ir de
maravilla hasta que el ligero, suave aleteo de una hermosa mariposa, causa su efecto en mi estómago. Ahí, la cosa
se complica. Y comienza el Caos...
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